Existe un mundo por supuesto, pero ese no es el que conocemos. Llamamos mundo a un hacer subjetivo, un hacer que desarrollamos y del que nos apropiamos a través de nuestros gestos, comportamientos, lenguaje e imágenes. Se nos olvida que conocer se opone a la inmediatez y, por tanto, a las dinámicas frenéticas (hoy en día quizás socialmente impuestas) que llevamos a cabo. Conocer, según el filósofo Nelson Goodman, guarda relación con un proceso constructivo en el que todos participamos de manera activa. Conocemos nuestra propia versión del mundo, una perspectiva creada por nosotros mismos a través de esa construcción personal. Creemos que nuestra visión engloba al resto de visiones del mundo, como si de de la perspectiva certera se tratase.
Durante estas semanas en las que el proyecto “Artes, cultura y educación para el desarrollo” se ha desarrollado en Polikastro (Grecia), hemos tenido la oportunidad de enfrentarnos y experimentar nuevas realidades, nuevos mundos. Si algo ofrece la cooperación sobre el terreno, aparte de una fuerte sacudida mental, es el enriquecedor intercambio de historias y experiencias de vida con los diferentes agentes implicados en esta situación de emergencia. En este caso, una situación que es fruto de decisiones internacionales socio-políticas ineficientes.
Actualmente, cientos de miles de personas se enfrentan a un largo y angustioso proceso a través del cuál deben (re)construir sus mundos a través de una integración a veces forzada con la (futura) comunidad local (ver post) o en no lugares como alternativas del presente en campos de refugiados (ver post). Pero no debemos olvidar que la cooperación sobre el terreno se aleja de políticas colonialistas, en las que prevalecen unos mundos sobre otros como si de alternativas erróneas a un mundo verdadero se tratasen.

La lejanía de la mirada occidental sobre los modos de hacer y entender es lo que pretende Open Cultural Center (OCC) cuando trabaja con las personas refugiadas de manera horizontal. Uno de los rasgos más significativos y que aporta un valor adicional a la organización es la incorporación de voluntarios residentes, personas refugiadas y comprometidas con los valores de la organización que ayudan a esta construcción del mundo más humana, empoderándolos y devolviéndoles su identidad.
–¿Qué recuerdas de tu vida en tu país de origen?
– Mis amigos, mi escuela y mi casa. Lo bonita y simple que era mi vida.
Esas palabras son un extracto de una entrevista realizada a una de las voluntarias de origen sirio. Nunca la palabra simple cobró tanto sentido cuando nos referimos a la vida, cuando hablamos de vivir. La palabra simple encierra muchos matices más complejos: futuros truncados, nuevos mundos en proceso y mundos abandonados a los que algunos desean volver, pero que la mayoría desean olvidar. Los mundos que construimos no vienen de la nada, sino de mundos previos conocidos. Nuestra tarea como cooperantes y educadores artísticos es ayudar en esta urgente y necesaria tarea de (re)construcción donde los límites y las posibilidades sean indeterminables. No enseñamos tanto como aprendemos, y ayudamos a que sus voces vuelvan a ser oídas. Al fin y al cabo, es su mundo, su construcción personal. Mundos simples donde nadie es ilegal.