Él cruzó el mar. Le deportaron en caliente. Arriesgó su vida una vez más y volvió a cruzar el Egeo. Le deportaron otra vez. Y de nuevo volvió a arriesgar su vida en el mar para llegar a la otra orilla.
Ella cruzó la frontera por fin. Nos contó que los desalmados de ISIS, en una cárcel en Irak, dieron de comer a una madre la carne de su hijo muerto. Es su país, pero no puede dejar de odiarlo.
Él rescató a cientos de personas en el Mediterráneo. Un año y medio después murió en un accidente en el mar, delante de su hijo.
Ellos se juegan la vida pagando mil euros a las mafias para atravesar el mar en una precaria balsa hinchable. Nosotros cruzamos ese mismo Egeo por veinte euros.
Los voluntarios vienen con la intención de dar todo. Los voluntarios se van habiendo recibido todo.
Él huyó de la guerra en Siria cuando era un niño, hace ocho años. Ahora, en Policastro, nos cuenta que de mayor quiere ser arquitecto para volver a su país y reconstruirlo.
Dejó su hogar y amigos sin tiempo para despedirse, hoy le hacen esperar largos años para unos documentos que le permitan avanzar.
Él es bisnieto de un andaluz que se exilió en Siria, huyendo de la guerra civil española. Hoy, él quiere poner rumbo a España, huyó de Siria por otra guerra civil.
La Europa institucional fue la cuna de la civilización occidental. Hoy es la vergüenza de la humanidad.
Historias que escucho desde mi primera incursión en tierras griegas desde marzo del 2016 y hoy continúan. Intentando ver una salida. Encontrando más problemas todavía.
La educación es la única herramienta que nos queda a todos para salir de este círculo.
