Más allá de las palabras, podemos encontrarnos

No es la ausencia de palabras, no es esa clase de silencio absoluto que todo maestro alguna vez ha deseado o incluso impuesto en clase porque “el ruido es molesto” (sin entender que el “ruido” debe ser inherente a un grupo que se encuentra en necesaria interacción para el aprendizaje). Tampoco es ese tipo de silencio mantenido por algunos minutos en medio de una tarea placentera, durante una explicación en la pizarra o en medio de un examen de matemáticas, ni siquiera es el silencio de “¡qué niños más buenos hay en esta clase!”. Este silencio, lleno de sonidos, define a estas (65) niñas como colectivo, es prueba de su presencia, y se descubrió ante nosotros como una definición, entre otras muchas, de la belleza.

En contraste con ese “silencio” característico, la lengua de signos se muestra como rasgo identitario primordial de la comunidad sorda y principal herramienta de comunicación con los demás, pero también, en cierto sentido, como un modo de expresión artística, llena de plasticidad y belleza y capaz de crear la magia de la poesía y de envolver a las personas en un mundo onírico lleno de imágenes fantásticas (Oliver Sacks).

Como docentes y desde el ámbito de las artes visuales, tomamos conciencia de la importancia de la comunicación que va más allá de las palabras, enfatizando el lenguaje visual y no verbal. Redescubrimos el poder comunicativo de las imágenes, de los gestos y las miradas, potenciamos nuestra capacidad para expresar, percibir y comprender lo que otras personas pueden sentir intentando crear espacios que no distinguen entre quienes oyen y quienes no pueden hacerlo.

Compartir nuestro tiempo y aprender junto a las niñas de la escuela primaria Center for Speech and Hearing Impaired Children en Bukkaraya Samudram es, en muchos sentidos e inevitablemente, una experiencia de crecimiento profesional y personal pero también ha supuesto una oportunidad para descubrir y profundizar en el mundo de la discapacidad auditiva. Una oportunidad de conocerlo y comprenderlo, y desde la educación artística, ofrecer herramientas expresivas para que las niñas puedan desarrollar su autoestima y su personalidad y, lápiz en mano, ponerle cara, pelo, orejas, y hasta coletas, en un ejercicio de afirmación personal dentro de lo colectivo que, en el futuro, en el contexto en el cual nos encontramos, deberá serlo de reafirmación constante para alcanzar el desarrollo y la inclusión social.

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