Niña disfrutando, desarrollando la imaginación y la creatividad, dibujando (en el Center for Speech & Hearing Impaired Children de Bukkaraya Samudram, en Anantapur, India). Fotografía de Carlos Escaño, cc by-nc
Dibujar por dibujar. Horas tras horas. Sentir en nuestras yemas la presión de la creatividad y el placer estético de la creación. Garabatear o dibujar las Manos que oran (1508) de Durero, o Ascending and Descending (1960) de Escher. Da igual. La esencia es la misma. El mismo exquisito placer de dibujar por dibujar como cuando éramos niños, cuando éramos niñas. ¿En qué momento perdemos el impulso por agarrar un lápiz y encarar un papel en blanco para disfrutar de ese momento de fruición estética? No lo perdemos, nos lo roban. Nos castran. Nos cercenan la creatividad, nos descarnan de una hermosa necesidad expresiva. Nos desangran creativamente. Nos adoctrinan en el tan simbólico «niño, no te salgas de la raya». ¿Por qué? Porque la creatividad y el pensamiento artístico se va arrinconando en la escuela, y esto sucede por dos motivos fundamentales:
El primer motivo es el desconocimiento y la propia falta de formación educativa artística que como ciudadanía mantenemos, e inevitablemente el profesorado, de todos los niveles educativos, también. Es indudable que el profesorado y alumnado darían la bienvenida a una disciplina (a su vez interdisciplinar) que pudiera ser un potencial extraordinario para el desarrollo de capacidades intelectuales como la memoria o la concentración, para el procesamiento de la información, para el encuentro de soluciones creativas a problemas, para la sensibilización y transformación social de problemáticas acuciantes de nuestro entorno, para el empoderamiento y la autoestima de la persona, para la toma de conciencia colectiva y empática, para el desarrollo de la creatividad, para la alfabetización emocional, para el fomento del pensamiento crítico o para la creación de belleza en este mundo supurante de horror y mala leche. El dibujo, las artes, como apuntan los estudios científicos, mantiene este exuberante potencial desaprovechado en nuestras aulas (desde Educación Primaria hasta la Universidad).
El otro motivo es más cínico. Es un motivo gubernamental, y tiene que ver con la peligrosidad inherente en el fomento del pensamiento crítico y creativo. Fomentar el pensamiento crítico es peligroso en una sociedad que se adocena con facilidad, a golpe mediático y político. Potenciar que los niños puedan pensar las imágenes, analizar de manera crítica el mundo (precisamente mediatizado) que nos rodea, imaginar nuevos mundos alternativos, crear y producir con nuestras propias manos, ojos, bocas y carnes, es algo que no interesa al detentador del control social y a los decididores de la economía y del poder cultural político. Para ellos sería peligroso, claro.
Dibujar por dibujar. Sentir en nuestras yemas la presión de la creatividad y el placer estético de la creación. Hemos comenzado nuestras sesiones de educación artística en el Center for Speech & Hearing Impaired Children de Bukkaraya Samudram, en Anantapur, India. Dentro de nuestro proyecto de Educación Artística y Desarrollo Humano. Proyecto de Cooperación al desarrollo llevado a cabo entre la Universidad de Sevilla y la Fundación Vicente Ferrer.
El exquisito placer del dibujar como las niñas de Bukkaraya ―chicas todas con problemas del habla y la audición― es solo comparable al hecho de verlas dibujar y disfrutar. Ese sentir en nuestras yemas el dibujo creativo sucede cuando somos niños y niñas, con o sin discapacidad, en India y en España, en Alemania y en Camerún, en los Estados Unidos y en Venezuela. Dibuja. Ya.